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lunes, 10 de febrero de 2014

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la discusión se convirtió en una pelea a puño cerrado.
ella empezó, pero eso ya no importa.


cuando vuelve en sí, el escucha concentrado. una voz lejana pero familiar que repite lo mismo una y otra vez, como un eco. cada vez más fuerte, siempre lo mismo, la voz cada vez más enojada. el está tranquilo, pero sabe lo que tiene que hacer.
ella lo insulta, lo ama, cierra el puño, con locura, grita. se agarra la cabeza para no volver a pegarle, pero el impulso gana: otro golpe de puño y el se tambalea. ambos saben que el golpe le quebró a ella los nudillos. el se tambalea.
más gritos, más llanto, cada vez sonidos más ahogados y el desenlace se siente en el aire. el toma la silla en la cual se ha sentado a desayunar junto a ella cada mañana de los últimos tres meses: una silla marrón con pátina azul, la silla más fea de la casa, pero la más cómoda
un primer golpe que la tumba al suelo, ella lo mira y sonríe. el segundo golpe separa el respaldo del asiento. el tercero parte las patas, unas golpeando la pared, otras cayendo al piso. con solo una pata en la mano viene el último golpe. ella todavía lo busca con la mirada. quiere que el vea que sigue sonriendo, hasta siempre.
el charco de sangre se va a ir secando lentamente. quedará ahí varios días, por lo menos una semana hasta terminar de ser absorvido por la madera del piso viejo. y ya no más charco, ahora mancha, va a perdurar por años y años, inquilino tras inquilino, lavandina, lija, hidrolavadora, pulidora.
hoy en su celda del ala penal del borda el recuerda, esperando alguna visita esporádica, y siente cómo el arrepentimiento lo va consumiendo. repite el recuerdo en su mente como un video en loop. lo analiza de distintos ángulos, duele, no duerme pensando y repensando por qué carajo se le ocurrió romper su silla marrón con pátina azul.


mi silla preferida.